José Gramunt de Moragas, S.J.*
Me da una gran pena sentir que “esto” no tiene remedio. Y con decir “esto”, el perspicaz lector habrá adivinado que me refiero al destino político del país. Ante la ausencia de partidos políticos como los conocíamos, los dos polos opuestos del actual conflicto se reducen a autonomistas (en la oposición) y centralistas (en el Gobierno). Como ninguno de ellos afloja, tampoco se encuentra solución, a pesar de que muchos ciudadanos de excelente voluntad se despepitan sugiriendo remedios, cada uno mejor intencionado. Mientras ninguno de los contrincantes ceda “ni una molécula” de su programa, no habrá forma de encontrar solución, aunque sea la menos mala. Es pues inútil aconsejar correctamente, porque los gallos peleones prefieren seguir espoloneándose y picoteándose hasta dejar al otro desplumado y carnaza para las fieras.
El MAS, ensoberbecido por sus triunfos aritméticos en las urnas (precedidos siempre por amenazas, hechos de violencia e incluso ayudados por los fraudes) está empeñado en validar una nueva Constitución que, de aplicarse, como así parece, llevará al país al suicidio, o llámese eutanasia si esto tiene más morbo. Los autonomistas, acaramelados con el manejo de sus recursos sin el “peaje” del fisco nacional que les recorta el Impuesto Directo a los Hidrocarburos, decidieron por sí y ante sí consolidar su libertad de gestión en su propio territorio. Mientras, se multiplican los bloqueos y los enfrentamientos. Digamos al respecto que tan inaceptables fueron los bloqueos de caminos y otros desmanes provocados por los seguidores de Evo, como los que ahora dirigen los cívicos. Y que no nos venga el Gobierno con amenazas de enjuiciar a los provocadores de ahora —aunque lo merezcan—, que se hizo la víctima cuando los bloqueadores y violentos eran los suyos, y no movió un dedo para evitarlos y sancionarlos. Tan inaceptable me resultó el asesinato de un joven cívico cochabambino por el ataque de unos campesinos enviados por el Gobierno, como los bastonazos que una “señora” autonomista cruceña propinaba a una “mujer” colla. ¿Hipocresía o justicia revolucionaria?
La penosa conclusión es que Bolivia camina por la senda de la división que lleva al desastre. ¿O es que ya estamos viviendo en el desastre? ¿Hasta cuándo? Déjenme arriesgar una de las muchas hipótesis posibles. El sistema actual durará hasta que los ahora fieles a Evo hayan comprobado en sus propias carnes y bolsillos que la prolongación indefinida de una presidencia totalitaria llega a cometer tantos errores y tan graves que sea necesario ponerle fin. Ahora bien, la nefasta tradición aplicada a circunstancias parecidas acostumbraba a ser “el golpe”. En el caso que planteamos no sería imposible que el golpe viniera del interior mismo del Gobierno. Las insaciables codicias de poder, los odios raciales atizados por uno y otro lado, las felonías entre conmilitones y todo lo que se entiende como intrigas palaciegas, son historias que pueden repetirse. ¡Que ninguno de los caudillos culpables se sienta seguro de su impunidad por mucho tiempo!
*José Gramunt es sacerdote jesuita ydirector de ANF.
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