Gonzalo Valenzuela Monroy *
Nos encontramos ante una etapa llena de incertidumbre que encierra el peligro de una hecatombe irreparable. Una etapa en la que también existe un enorme vacío de legalidad y de efectiva autoridad entre dos polos opuestos en una desmesurada acumulación de antagonismo y violencia desesperada.
Nos encontramos ante una etapa llena de incertidumbre que encierra el peligro de una hecatombe irreparable. Una etapa en la que también existe un enorme vacío de legalidad y de efectiva autoridad entre dos polos opuestos en una desmesurada acumulación de antagonismo y violencia desesperada.
Sin duda Bolivia ha retrocedido pronunciadamente a lo largo de estos últimos 30 meses. Nuestra decadencia se ha agudizado por obra y gracia de dos turbinas de involución: estamos marchando hacia atrás por emprender proyectos y tareas claramente regresivas. Nuestro malestar se vive ahora en el bolsillo, porque de la pobreza que padecemos no se compadece la idea agrandada que tiene el Gobierno con sus mensajes optimistas. Se pretende consumar modelos que, de hecho, reposan sobre la ineficiencia junto a pautas políticas autoritarias.
Vivimos en un país que ha dejado de crecer, que está envejeciendo prematuramente, porque producimos menos, porque esas pautas políticas frenan a quienes quieren producir más. Tenemos inflación porque el Gobierno carece de palancas coherentes para zafarse de la coyuntura valiéndose de una política económica acertada.
Conforme avanza el tiempo constatamos que la riqueza gasífera ya no emociona a nadie fuera de nuestras fronteras y es evidente que Brasil ubica a Bolivia como fuente interesante de aprovisionamiento de gas, pero en ningún caso como ‘partner’ indispensable. En un mundo de ferocidad competitiva implacable, nuestros peones en el tablero son pequeños y carecen de grandes atractivos.
Países menos afortunados que nosotros (Japón, Israel, Suecia o Chile) han aplicado masivas dosis de recursos al poder de la imaginación tecnológica, con la idea de ganar independencia y potenciar de maneras diversas sus problemáticos futuros. Lo hicieron pensando en una continuidad donde se enlazan las soluciones más acuciantes con el futuro posible. De eso nosotros deberíamos copiar, y mucho.
No se puede hablar de integración sin hablar de estrategias que abarquen toda el área productiva pensando en quienes registran mayores y penosas carencias. Bolivia es un país atrasado por falta de inversión, por anacronismo estructural, y si seguimos con los cambios equivocados que propone el Gobierno, incluida su controvertida Constitución, esto no permitirá marchar hacia índices más promisorios de progreso.
Hay capas sociales interesadas en perpetuar los anacronismos racistas y populistas en desmedro de otros bolivianos. También hay una clase social que tiene o quiere un estilo de vida progresista y que mayoritariamente vive en Santa Cruz. Y cuando se habla de ‘estilo de vida’ no se alude a un estilo parasitario, sino a una actitud que se puede hallar en estratos diferentes de nuestra sociedad y que tiene como principal objetivo mejorar económicamente, trabajando sin esperar dádivas del Estado.
Ojalá los líderes, especialmente los del Gobierno nacional, que han acrecentado el enfrentamiento con un decreto que nos tiene en vilo, contribuyan a reducir la tirantez y lograr progresos en materia de desarme espiritual, que obviamente nos llevará a otro tipo de desarme. Este año ya enterramos bastantes cadáveres y olimos hedores de una etapa abominable.
Es imprescindible que ahora vayamos mezclando ese necesario exorcismo con el diálogo menos ‘confrontacional’, pero más prometedor de imaginar el país posible del futuro.
* Periodista
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